martes, 2 de agosto de 2011

Recuperar el prestigio de la política.

Preguntaba hace un par de días en Twitter si los jóvenes hablan al menos de vez en cuando sobre política. Seguro que hay entre una amplia mayoría de silentes quienes libremente lo hacen, aunque intuyo que no son ni siquiera tantos como lo eran hace unos cuantos años. Yo lo recuerdo bastante bien: ya hace 15 años, había entre mis amigos quien me mandaba callar, pues la política intoxica las relaciones personales, altera las almas, crea intenso debate y ejercita el cerebro y la conciencia crítica... y estas son actividades maléficas e insalubres, al parecer, casi tanto como el humo del tabaco. Yo, obviamente, me negé siempre y allí mantuve conversaciones eternas con amigos incluso batasunos que justificaban lo injustificable, con la esperanza hueca de poder convencerles de que la violencia era indefendible y el mayor de los cánceres para la convivencia democrática. También dialogué a fondo con amigos más políticamente cercanos, familiares y profesores de Euskaltegi, sin complejos ni miedos a equivocarme.
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Ahora, 15 años más tarde, me pregunto si los jóvenes y no tan jóvenes osarán discutir de lo indiscutible y si se plantearán determinadas ideas para mejorar la sociedad, aunque sea torpemente. O si sólo desbarrarán de los políticos profesionales, ese deporte tan habitual y tan pernicioso hoy en día en nuestro país. Yo mismo, desde que soy parlamentario, lo he sufrido en mis propias carnes. Basta que alguien sepa de mi trabajo remunerado como parlamentario, para que crezcan como la espuma todos los prejuicios posibles, todas las barreras y hasta todos los menosprecios e insultos que uno ya conoce. Una pena. Yo trato de repetirles que soy un ciudadano normal... pero apenas es posible convencerles.
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Creo que ésta es una de las labores primordiales de Unión Progreso y Democracia. Tenemos que demostrar que la actividad política es una actividad noble, cuyo propósito debe ser impulsar los cambios legales (y los debates) que sean precisos para alcanzar una sociedad mejor, más igualitaria y más justa. Y hacerlo no tanto con palabras como con hechos, con el ejemplo y todos los días del año, sin complejos ni miedos. Una ingenuidad, quizás, pero algo real como la vida misma. En Twitter mantengo conversaciones inusitadas con casi todo tipo de gente y consigo entablar diálogo con personas que piensan muy diferente. Se extrañan, pero es normal para mí. Me temo que lleve por muchos años la losa de haber sido parlamentario vasco, al menos ante una gran parte de la sociedad decepcionada con los políticos. Para mí, sin embargo, será siempre motivo de orgullo.