Y no lo digo únicamente por la triquiñuela utilizada por los dos partidos constitucionalistas para regatear el debate sobre la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV, sino que observo que empieza a convertirse en un lugar común peticiones o incluso exhortaciones a no debatir, no romper los consensos alcanzados, no mirar atrás, evitar discusiones que la ciudadanía supuestamente no entiende, no romper no sé qué pactos, abrazar corolarios comunes y no sé si a la larga... conformar un partido único.
Sabemos que el querer evitar el debate sobre la disolución de los ayuntamientos gobernados por ANV no es exactamente pretender evitar romper el pacto antiterrorista, sino más exactamente querer salvar el culo socialista. Para no quedar en evidencia ante la ciudadanía y salvar los muebles electorales. Y todo ello con el apoyo incondicional de los populares. Sin embargo, sí que ha habido otros temas sobre los que se nos ha pedido correr un tupido pelo, dejarlo correr, no levantar polémicas y ... confluir en lo que diga la mayoría.
Sólo así se entiende la pretensión cansina (y en parte antidemocrática, creo yo) de los socialistas por mandarnos a todos callar sobre la labor realizada por la Ertzaintza durante todos estos años, no vaya a ser que los que nunca hicieron casi nada ahora se enfaden y se echen al monte (con estas palabras me lo dijeron), o sobre el entramado de empresas públicas y semipúblicas que pululan por nuestra geografía y cuyas alfombras no tienen pretensión de levantar (ya saben, miremos al futuro), o sobre la consensuada y pactada política lingüística, como si los consensos pudieran situarse por encima de los derechos políticos de los ciudadanos, o sobre el Estatuto de Gernika, cuya reforma sólo puede plantearse en términos nacionalistas y cuyo funcionamiento ha sido impoluto, algo así como una segunda piel para los vascos o nuestro gen definitorio, o sobre las transferencias pendientes, que deben ser todas y cada una de ellas transferidas a nuestro ordenamiento, sin dudas ni análisis de ningún tipo, bajo la falacia ibarretxeana asumida por toda la Cámara de que, cuanto más autogobierno, mayor bienestar y mayor prosperidad.
Nosotros no estamos, como lo venimos demostrando, para llevar la contraria a todo el que se mueva, pero tampoco para permanecer narcotizados por principios incuestionables asumidos por quienes únicamente piensan en las próximas elecciones. Y por esto es obvio que nos preguntemos en alto qué hizo la Ertzaintza en las décadas pasadas y qué debe hará a partir de ahora, que reclamemos políticas lingüísticas que salvaguarden obligatoriamente determinados derechos, que respetemos nuestro marco de convivencia basado en la Constitución Española y el Estatuto de Gernika pero sin que esto pueda significar que no puedan ser modificados a través de sus propios instrumentos establecidos o que reclamemos más competencias para el Estado, más para los municipios o más para Europa.
Ellos se mueven en otros parámetros más relacionados con el corto plazo. Ahora que han alcanzado el poder piden silencio, como si hubiéramos creado un partido político para hacerles la ola. Los consensos y amplios acuerdos son ciertamente un bien en sí mismo e importantísimos cuando hablamos de marcos de convivencia o políticas muy generales, pero nada más. La discusión debe seguir existiendo y seguir siendo la base de nuestra acción política. Por mucho que se suban a las paredes cuando intervengo en un debate radiofónico o bajo a la tribuna.