domingo, 5 de octubre de 2008

UN AÑO JUNTOS.

Lo recuerdo bastante bien, creo. El día que nació el partido, madrugué demasiado. Pero la distancia geométrica lo exigía, así que tuve que partir, conociendo mi prudencia al volante, a eso de las 5 y media de la mañana. Ayer asistí al primer aniversario después de una noche en la capital, adonde llegué en tren y muy bien acompañado: con los Javis vitorianos y Thomas, y con Loreto, que se quedaba en Vitoria. Hace un año fui solo, los ojos inevitablemente rojos, culpa de la vigilia y de la carretera, y me presenté, ya era hora, a Maite y Fabián, los primeros que reconocí junto al teatro que acogería el acto, mientras peleaba por hacerme con algo de café, unas gotas al menos, de esa máquina reflejo de la penuria económica. Fue cuando conocí a Marisol, teléfono en mano, quien me llevó en volandas de un lugar para otro, presentándome a algunos de los que hoy son mis compañeros y sin embargo amigos. Si no recuerdo mal, y estas cosas no se olvidan, el acto lo disfruté a la izquierda de Arantza, junto a otros compañeros vascos, del mismo modo que ayer lo hice, casualidades de la vida. Entre ella y servidor se sentó ayer la hija de Félix, pero desconozco su nombre y no me atreví a preguntárselo.

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Después del acto de presentación hace un año, me acerqué a casa de Iker y Marta, donde me recibieron como se merecen ellos que se les reciba: con buen vino. Y unos entrantes de picoteo y almuerzo a base de un pollo al curry que ahora cocinamos en casa y ... siesta en su cama, con todo el morro del mundo, de la que desperté, qué sé yo, a eso de las 8 y media de la tarde. Luego salimos a cenar y seguimos conversando, pero apenas recuerdo nada más de todo esto, pues mezclo unas noches con otras, y sospecho que describiría una noche distinta si digo que aquella fue la velada en la que cené sólo con Iker, en ese restaurante donde uno se hace su propia carne. Tampoco importa demasiado: lo que importa es siempre la compañía y apenas tienen valor las fechas, memorizar sin equivocarse un calendario vital o poder nombrar sin problemas esos lugares donde reimos juntos.

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Este viernes pasado comí con Iker y con un amigo suyo en un chino, frente al hotel donde celebraríamos un poco más tarde la reunión del Consejo Político. Este amigo me preguntó del modo en que me gusta que se pregunten las cosas, de sopetón y sin miedo, con confianza: ¿Y cómo así que a uno le da por destinar parte de su tiempo de ocio a la política? Como sé el desprecio que los idealistas sospechosamente políticos despertamos, le respondí del único modo que sé hacerlo: a corazón abierto: comprenderás que hay quien se mete a discutir sobre los asuntos públicos por ansia de poder, ampliar la lista de clientes o hacerse rico. Yo lo hago porque soy tan ingenuo como para seguir pensando que podemos mejorar el mundo.

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Después del Consejo es cuando saludas a personas que aprecias, en ocasiones confundiendo nombres, mezclando caras y revolviendo lugares geográficos, razón por la cual uno no se sorprende cuando olvidan su nombre o lo relacionan con lugares que aprecia pero que ni siquiera conoce. No importa: cada día me equivoco menos y ya controlo la mayoría de los nombres. Era y es cuestión de tiempo.

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Teníamos sitio en la cena porque hay personas como Antonio, que nos apuntan por defecto a una lista que se amplia hasta los 50. Me cruzo en las escalares con Álvaro, que busca a su novia y me siento a la derecha de Rafa, frente a Rosa, y se acerca Guzmi, merecedor del Goya. Lástima, no recuerdo el nombre de se sentó a su derecha, con quien debatimos largo y tendido acerca de distintos temas: tú pertences al ala socialdemócrata del partido y otras cosas graciosas. Guzmi me apuntó en una hoja que ahora tengo delante un par de libros interesantes. Como eres un sabio, le dije, los leeré con mucha atención y tomaré nota. Y él, con su envidiable acento madrileño y derroche argumental, lo siguió demostrando. Luego llegaron Mari Jose y Charo y más tarde Relancio y Javi y Mateo y Mariví y otros de los que aprendo tanto. Y sigues dando besos y ofreces la mano y se crea un clima muy agradable. Y luego Carlos sentado en el sofá con los valencianos y yo con mi JB con naranja, y el segundo de ellos compartido con quien un gin tonic entero le parece exagerado, ahora que todavía somos tan jóvenes. Y el bar que se apaga. Fuera dudamos pero encontramos un garito, donde acabamos siete u ocho de nosotros.
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¿Y el acto conmemorativo propiamente dicho? Bueno, otro día o quizás nunca lo cuento. Basta por hoy de politiqueo, como dijo la guapa cantante.

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