lunes, 9 de junio de 2008

CRÓNICA DE UNA CELEBRACIÓN.

Así fue, que yo recuerde.



Levanté el pie... derecho y lo deposité suavemente en el suelo... a eso de las seis y cuarto de la mañana, minuto arriba minuto abajo. Los que tenemos problemas para dormir pisamos el suelo con los pies varias veces cada noche, no os preocupéis, que no me levanté a esa hora. Volví al sobre varias veces y varias veces encendí la luz antes apagada. Recuperé el libro que ahora leo: Una guerra sucia, de Anna Politvoskaya, sobre el que alguna vez habrá que hablar: crónica inaudita de las guerras chechenas y la corrupta Rusia de Putin. En fin, creo que desayuné a eso de las ocho y media de la mañana, con Oihana. Ambos creemos que es un hecho irrenunciable, nos levantemos a la hora que nos levantemos. Después, vuelta al libro y más vueltas sobre uno mismo y sus ideas.



Salí de casa más bien tarde, para evitar los habituales nervios que llegan cuando el tiempo sobra y el reloj ralentiza sus movimientos. Allí me encontré con Rosa RB, Arantza, Jose Ignacio, Marisol, Carlos, ... y algunos más. Justo entonces llegaban algunos madrileños, el siempre cercano Juan Espino e Inés, y otros a los que saludé. Ávidos de café, como mandan los cánones, se precipitaron al bar más cercano, al que llamo Bideluze ...viejo, en la plaza de Gipuzkoa (de San Sebastián, claro). Seguramente, con envidia, pensé algo así como ... ¡cómo viven! Y saludé a Mariví y a Conchita y a Cesio y a otros de la familia. A Mari Jose y a Josemari, supongo. Y a Maite y a Fabián.



Paco Pimentel andaba ya con sus cosas (habitualmente suele andar con sus cosas, montando escenarios, ultimando pruebas sonoras, mirando arriba y abajo) y el tipo de Bengoa, tan amable como acostumbra, montaba la tarima y el sonido. Creo que iba llegando gente y un servidor se acercó a hinchar globos, con los que habitualmente llevan los guantes del trabajo indispensable. En fin, los dejé y caminé con Marisol (que me animaba casi desesperadamente) y Carlos al encuentro con Rosa, con la que nos encontramos en el Hotel María Cristina, cafés imposibles inclusive. Rosa está contenta con su trabajo parlamentario, como Carlos, aunque ambos alucinan de ciertas cosas extrañas, como que dos días antes hubieran los del PP convocado a los medios para clamar: Díez nos copia pero nosotros fuimos antes, o algo así, haciendo gala de actitudes inequívocamente infantiles y que demuestran los complejos de los que buscan votos y luego deciden su programa. Las relaciones con la mayoría de los parlamentarios son cordiales.



En condiciones normales, habría sido divertido llegar a donde se amontonaba el gentío y sonreir ante las pasiones que esta mujer desata. Enseguida, antes las prisas del periodismo de a pie y el tumulto, inicié mis palabras, seguidas por las de Chusa, Fernando, Carlos y Rosa. Cuando bajé y ví que mi madre y mi esposa pululaban por la zona, me acerqué a ellas y observé sus caras. Ah, antes, nada más bajar de la tarima, Carlos me dijo algo así como "lo has hecho estupendamente". Carlos siempre te anima y es optimista, por mucho que lo niegue. Según él, uno siempre hace las cosas estupendamente. Luego seguí el acto, casi de perfil y muy relajado, atendiendo escasamente lo que se decía.



Creo que el acto, iniciado poco después del mediodía, debió finalizar a eso de las 13,30 y marchamos al lugar del almuerzo, la sidrería de Amara, con reserva para 150 personas. Asturianos, extremeños, catalanes, madrileños, vascos y de otros lugares compartimos cuatro horas muy agradables, departiendo relajadamente y celebrando el aniversario de un hecho casi insólito, por mucho que ahora lo veamos como casi normal. Al menú sidrería le siguieron los cafés y las copas, y los comensales iban saliendo y entrando, y más tarde definitivamente se iban, saludando efusivamente algunos y otros más tímidamente. Agradecidos ellos por haber venido en lugar de emitirnos factura.



Conversé con los Javis y con Relancio y esposa, siempre animosos. Con Juan Luis y Charo. Con Thomas y su mujer, tan cercanos y sabios siempre. Con Monse, Amelia, Josemari, Rafa y Lydia. Con Fernando y con Mateo, que desgraciadamente se nos va, y su amigo Javi. Una mujer que marchaba me dijo: ¡Te leo siempre! En fin, una jornada inolvidable entre gente entrañable.



Ahora, para ser enteramente feliz, sólo nos queda que baje el euríbor.

2 comentarios:

ADRIAN SERRANO dijo...

Lo reconozco, estaba ansioso por leer que escribirías sobre el acto, y de verdad que muy muy bien contando, como siempre tus palabras valen más que una imagen (que aun no he visto, seguro que cuelgan en la web oficial).

No fui pero has sabido transmitir el espíritu que allí se respiraba, aunque el euribor este omnipresente en todos los aspectos de nuestra vida.

Saludos desde Valencia.

Alberto D dijo...

Un saludo de un aragonés que tampoco pudo acudir pero que espera ir a la próxima.